Efectivamente,
ese 6 de febrero, LAS se fue a los 93 años de edad y como escribió alguna vez,
“vino con el siglo” y también se fue con él, pero nos dejó más de un centenar
de obras y miles de recuerdos.
Lo
conocí en las postrimerías de su vida, en 1983. Charlamos algunas veces. Unas,
en su oficina del tercer piso del Congreso de la República, que cuando uno
caminaba rechinaba el piso y hasta algunos habían tenido experiencias con seres
de ultratumba en las noches; otras veces los buscaba en el local del Partido
Aprista Peruano cuando iba, porque era miembro del CEN; pero más, en su viejo
despacho del Jr. Moquegua, en el Cercado de Lima. Esa vetusta oficina, testigo
de los años vividos por este insigne representante de la literatura
peruana, quien fuera tres veces rector de la Universidad Nacional
Mayor de San Marcos.
Tuve
el privilegio de iniciar con él mis entrevistas radiales en directo (favor que
me hizo) para el entonces influyente Noticiero de Radio América, que
posteriormente, perdió la mitad de su redacción para irse a formar parte de la
entonces “Rotativa del Aire” de Radio Programas del Perú (RPP), hoy,
emisora líder en el Perú. En el verano de 1986, nos comentó que utilizaba un
juego de luces para guiarse en su casa. A cada ambiente le correspondía un
determinado color. Ya estaba perdiendo la vista.
Formó
junto con Ramiro Prialé, Andrés Towsend Escurra y Armando Villanueva del Campo,
el cuarteto de líderes herederos del pensamiento indoamericano de Víctor
Raúl Haya de la Torre. Fue amigo y compañero de estudios en la Universidad
Nacional Mayor de San Marcos, de Raúl Porras Barrenechea, César Vallejo y Jorge
Basadre, por citar a algunos librepensadores. En los años de persecución contra
los líderes apristas, LAS dictó algunas conferencias en el Colegio Anglo-
Peruano, hoy San Andrés, centro de influencia evangélica presbiteriana. Pero no
solamente, el escritor estuvo vinculado a ese centro de estudios, sino que,
entre otros, el propio fundador del Partido Aprista Peruano, Víctor Raúl Haya
de la Torre fue profesor, como también Alfredo Bryce Echenique, donde era
docente de Literatura de la sección secundaria.
Haya
de la Torre, el propio LAS, al igual que Manuel Gonzales Prada resaltaban la
labor de los evangélicos (llamaban “evangelistas” a los protestantes) en el
desarrollo social del país. A Gonzales Prada se le conoce como anarquista, no
lo fue en su totalidad. Ya había escrito en Horas de Lucha en 1908: “Aunque
no pertenezcamos a alguna secta religiosa, tengamos la buena fe de reconocer
que el protestantismo eleva a los individuos y engrandece a las naciones,
porque evoluciona con el espíritu moderno, sin ponerse en contradicción abierta
con las verdades científicas.”
Al
“viejo”, a LAS, lo tildaron de amigo de los evangelistas, porque el Colegio San
Andrés (Anglo Peruano) fundado en 1917 lo había aceptado como profesor
itinerante.
Tanto
Sánchez como Haya han escrito artículos sobre la importancia del protestantismo
en el desarrollo de los pueblos de América Latina.
Confesamos
que “conocimos” a LAS en los años 70 a través de “La Perricholi”, y luego con
“Perú: Retrato de un país adolescente”. Efectivamente éramos adolescentes. Era
un lector empedernido, “vicio” que hasta ahora conservo.
Sentíamos
el espíritu del escritor cuando en lugar de ir al colegio nos hacíamos la “pera”
o la “vaca” y recorríamos la Alameda de los Descalzos, la Plaza de Acho y el
Paseo de Aguas en el distrito limeño del Rímac. Eran los años de la seudo
revolución peruana que patrocinaba la dictadura militar del general Juan
Velasco Alvarado. Mi padre trabajaba entonces en una editorial y los únicos
“juguetes” que podía adquirir para sus hijos eran los libros que se imprimían
en esa imprenta. Fue así como conocí a LAS, entre el aroma de un turbio
café, la luz de una vela y mi casa de esteras. El LAS de carne y
hueso era distinto al que habíamos leído cuando saltamos de la niñez a la vida
adulta, pero con cara de niño.
Una
tarde de otoño de 1989, estuvimos en el legendario restaurante “Cordano”. Ese
día ingresó el maestro, probablemente llegaba del Congreso de la República.
Saludó a los mozos y se dirigió a su lugar acostumbrado. Era el rincón que
colinda con la calle Pescadería y se conecta frente a la estación
ferroviaria de Desamparados. Probablemente ahí se inspiró para escribir sobre
la vida de la muy limeñísima Micaela Villegas, amante indomable del virrey
Manuel Amat y Juniet. El escritor no pidió nada. Sólo se sentó e
inmediatamente, le sirvieron, su también acostumbrado plato de los días
jueves. (César Sánchez Martínez)
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