En Vallejo. El acto y la palabra el peruanista William Rowe se aparta de las claves con que la crítica ha abordado hasta hoy la obra del poeta nacido en Santiago de Chuco. A lo largo de tres ensayos Rowe supera, en buena cuenta, la mirada biográfica y la consideración de la herencia andina, a saber los criterios imperantes en el análisis de la lírica vallejiana. El libro —la más reciente publicación del Fondo Editorial del Congreso— ofrece además un texto del padre Gustavo Gutiérrez y una selección de poemas.
Al igual que muchos exégetas de Vallejo, Rowe hace énfasis en la hegemonía del dolor en su obra. Lo hará, no obstante, de modo muy distinto. Antes que nada, redefinirá la misma categoría de dolor tal como se presenta en sus textos, situándola en una instancia anterior a la experiencia directa del individuo. Enseguida, reformulará también las potencialidades del sufrimiento, al cual le reconocerá, en la visión del bardo, el poder de fundar una nueva “anatomía” espiritual del hombre.
Con lo primero, Rowe reduce de manera drástica la importancia del dolor personal en la poética de Vallejo. Con lo segundo, deja atrás la exaltación del elemento puramente expresivo en la que muy fácilmente se detienen sus estudiosos, a costa de limitar su obra, de nuevo, a un lamento o testimonio subjetivo. Por el contrario, Rowe reivindica en ella la presencia del dolor bajo una forma productiva que, sin quebrar la figura del sujeto, pasa por trascenderlo camino al acto inédito en que el nuevo hombre hará su aparición. Se formula, entonces, un transvase, muchas veces olvidado, del dolor al futuro.
Para el Vallejo de Rowe, el dolor es ni más ni menos el medio ambiente en que acontece la conciencia. Visto así, el dolor no es un concepto ni una idea ni una imagen, como correctamente señala Rowe. Tampoco, en rigor, sería una experiencia capaz de ser representada mentalmente o ser objetivada bajo la forma de una vivencia. Un paso más allá, el dolor no constituiría siquiera algo humano, para recordar una de las líneas del texto “Voy a hablar de la esperanza” —citado a menudo por Rowe—, pues antecede a cualquier registro del sujeto. Pese a todo, dicha falta de especificidad no priva al dolor de conformar el propio horizonte en que se gesta el sentido. Por eso, ubicado afuera del lenguaje, lo inflama y empuja, invocándolo desde su condición de frontera.
El acto —lo genuinamente nuevo— acaece cuando, llevando al extremo su universalidad, el dolor toca la carne de raíz y descubre con ello, paradójicamente, la energía del espíritu. Establece, de ese modo, una imagen redentora que rompe con el tiempo lineal, que es también el tiempo de la historia, de la autoridad y de la ley. La lectura de Rowe, en consecuencia, coloca a Vallejo como el iluminado anunciador de un orden en que la prohibición es sustituida por la libertad y la justicia por la bondad.